viernes, 24 de febrero de 2017

Otras estampas veraniegas

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Un hombre carga tres botellones de siete litros de agua cada uno. En total, lleva en ambas manos 21 litros que se usarán para aliviar los calores de este largo y ardiente verano. El hombre se detiene en un intento inútil de retomar aire, secarse el sudor y refrescarse algunos segundos antes de seguir su camino.

Una pareja camina por la calle conversando animadamente. De repente, la mujer se queda rezagada, se saca una de sus sandalias y deja ver una pequeña herida en la parte de atrás del pie, causada justamente por su propio zapato. La herida es muy chica en tamaño, pero enorme en efectos porque casi no le permite caminar. El hombre detiene su marcha para esperarla, pero la situación parece no tener remedio. Otra transeúnte que lo ha visto todo de lejos se acerca a la mujer y le entrega dos curitas. Ella las recibe, y la pareja se mira asombrada ante un hecho que debe haberles parecido un pequeño milagro.

Un grupo de niños juega tenis en un club muy cerca del mar. Son escolares de vacaciones en una de tantas actividades para que "no se aburran" en los meses de verano que los hace despertarse casi a la misma temprana hora que en los meses de colegio. Sus gritos son entusiastas, pero vistos desde lo alto, más de uno parece no tener ganas de estar ahí.

Las tiendas de ropa están rematando las prendas ligeras de manga corta y con el cartel de AVANCE DE TEMPORADA anuncian ofertas para artículos que probablemente se usarán dentro de algunos meses.

lunes, 13 de febrero de 2017

La vida simple

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Otra vez, publico un texto que me envió alguien que lee este blog y se animó a mandar recuerdos de la vida simple.
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Tienen sus casonas bellas
Las puertas de par en par

Así reza el hermoso vals de Chabuca Granda, "Zeñó Manué". Y así también estaban las puertas de las casas en mi amado y añorado pueblo, siempre abiertas de par en par. Y cuando llegaba un familiar o una visita, se anunciaba con un golpe de nudillo y con un típico "uu-uu", mientras ingresaba al interior sin más esperas. Porque sabía que iba a ser recibido con sincera y cariñosa bienvenida.

En las noches calurosas del eterno verano tropical, las familias colocaban sillas y mecedoras junto a la puerta de calle, al borde de la vereda, para recibir el fresco, comentar las ocurrencias del día y saludar a los amigos que pasaban por el lugar.

Mi casa quedaba al lado del único cine del pueblo, y era inevitable el paso de los espectadores cuando entraban o salían de las funciones vespertinas o nocturnas. Algunos amigos se detenían un momento para saludar o cambiar impresiones sobre la película que acababan de ver.

Pero cuando menos se esperaba, como suele suceder en la zona amazónica, se desataba una lluvia torrencial que podía durar una hora o toda la noche. Entonces había que entrar a la carrera a la casa, guardar sillas y mecedoras y cerrar puertas y ventanas. Cómo olvidar esos tiempos, esa vida sencilla y sin malicia, la vida simple, las puertas de par en par.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Accidentado examen

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Esta historia ocurrió hace años, cuando estaba en la universidad. Quien protagoniza los hechos ha autorizado que los cuente, con la condición de ocultar su verdadera identidad, por lo que se le conocerá como R. Aquí va su historia.

Casi a mitad de carrera debíamos llevar el curso de Derecho de Familia. El profesor era un abogado bastante joven, tenía dos años más que sus alumnos. Era jovial y dado a la broma fuera del salón, aunque durante las clases nos trataba de usted y nos decía doctores, como se acostumbra decir a los abogados en estos lares. Nosotros éramos más irreverentes, lo tuteamos desde el primer día de clases.

Resulta que R siempre sacaba buenas notas en las prácticas semanales de Derecho de Familia. Nunca menos de 18*, por eso cuando en el examen parcial sacó 14, al profesor debe haberle extrañado. A mitad de ciclo, un profesor ya tiene una idea bastante clara del rendimiento de sus alumnos, al menos es lo que creo.

El día de la entrega de notas, el profesor llamó a R a un costado y le preguntó por qué había sacado una nota menor al promedio acostumbrado en las semanas previas. R no contestó. El profesor insistió, R respondió con evasivas. Por tercera vez, el profesor quiso saber si R estaba pasando por algún problema personal y hasta le ofreció ayuda. R se sintió mal ante tanta preocupación y confesó la verdad:
- ¿Sabes qué? Lo único que quería ese día era entregar el examen y salir.
- Sigo sin entender...
- Es que no me aguantaba las ganas de ir al baño.

El profesor estalló en la carcajada más sonora que se había escuchado nunca en los pasadizos de la facultad de Derecho. R notó que todos sus compañeros voltearon a ver qué pasaba, pero a esas alturas ya se había unido a las risas del profesor:
- ¿Y por qué no me pidió permiso para salir? -preguntó intrigado el profesor.
- Porque pensé que no me ibas a dejar, que pensarías que iba al baño para copiar alguna respuesta.
- De ti no lo hubiera creído jamás -contestó muy en serio pero sin dejar de reír.

Así pasó el resto del ciclo en el que R siguió cosechando notas altísimas en las prácticas semanales. Hasta que llegaron los exámenes finales, que serían orales. R entró en el último grupo de ese día, compuesto por ocho personas. Al ver a R, el profesor dijo:
- Doctores, si alguien tiene alguna necesidad fisiológica en el transcurso del examen, siéntase en libertad de pedir permiso para salir.

R no se inmutó, pero entendió el mensaje. Sonrió en silencio.

El profesor repartió a cada uno un caso hipotético sobre el cual versarían las preguntas. R va al final, le tocó ser conviviente, no cónyuge, que tiene un restaurante compartido con su expareja, que ha abandonado el hogar común. R quiere reclamar la mitad de las ganancias del restaurante pues finalmente los dos han invertido y gastado en el negocio, y la pregunta concreta es "¿cómo probar el vínculo si la pareja ya se separó?".

R responde:
- Con estados de cuenta bancarios de ambos convivientes donde figura la misma dirección para los dos -dice, creyendo que lo sabe todo.
- Estamos en el Perú, mucha gente no confía en el banco, guarda el dinero en el colchón. No hay estados de cuenta.
- Mmm... Cartas, recibos de luz, de teléfono.
- No hay nada de eso, viven en una invasión de tierras en casas hechas por ellos mismos. Prácticamente no tienen servicios públicos.
- Con el contrato de alquiler del restaurante.
- No hay contrato escrito, todo fue de palabra -R tuvo en un instante un baño de realidad peruana.

R recurre a muchas otras soluciones que el profesor desvirtúa una a una, hasta que se le acaban las ideas y casi ya al borde de la desesperación, dice: "un momento, yo soy la persona del ejemplo, ¿no? ¡Pues yo sí guardo mi dinero en el banco, yo sí firmo un contrato de alquiler!".

El profesor soltó su ya conocida sonora carcajada y mandó a todos afuera del salón sin mayores detalles.

R pasó Derecho de Familia con un promedio de 19.

*En el Perú, la nota máxima es 20.